Cuando tenía 11 o 12 años fui por primera vez a un parque acuático. Fue también la primera vez que un hombre de carne y hueso (quiero decir, que no fuera el actor de una película) me pareció realmente guapo. Era el socorrista de una de las atracciones: un chico de unos 18 años (¡mayor!), rubio y bronceado. Aparte de que los preadolescentes de mi época no teníamos nada que ver con los de hoy, yo era una niña bastante pardilla y tardé mucho en interesarme por el sexo opuesto. Vaya, estaba a otras cosas. Fue sorprendente para mí descubrir que un chico podía producirme una atracción física semejante.
Este conjunto de sensaciones medio oníricas de felicidad y despreocupación veraniega, de sensualidad, de descubrimiento… regresa a mí cada vez que veo el vídeo de
‘Se A Vida É’. Esta pequeña obra de arte visual, sumada al
optimismo de la letra y de la música, me convirtió en fan incondicional de la canción. Me hace pensar en playas (piscina no: playas) solitarias y escondidas, a salvo de familias horrendas que llaman a los niños a berridos para que vayan a comer el bocata chopped, lejos de todo y dedicada solo a escuchar el rumor del mar, a leer todos esos libros que tengo cogiendo polvo en la estantería y a disfrutar de la compañía de quien tengo al lado.