A los 15 años, deshacerse del 'estigma' de niña pava y empollona era para mí un objetivo vital principal. Un 'must', como dicen ahora los modernos. No valía ser normalita. Había que tener un puntito gamberro e insolente que me eximiese del halo intelectualoide, tan mal visto en los años púberes, que suponía sacar buenas notas y que te gustase leer. En fin, era lo que había y, como siempre, nunca lo habría logrado sin la música.
En los albores de mi adolescencia tuve un fulgor metalero que se inició con Guns n' Roses, y aunque en seguida les relegué por representantes del Thrash Metal, (que pasó a ser mi género predilecto durante una buena temporada) siempre les reconoceré su papel como incitadores de mi propio estilo personal.
Comenzaba la década de los 90, con el estallido del grunge y el renacer de un heavy metal con aire renovado auspiciado por la era dorada de la MTV, con sus videoclips y sus sesiones acústicas, los famosos MTV-Unplugged en los que se parieron temas antológicos. A mis amigas les gustaba Axl, que en aquella época era todo un sex-symbol, y aún reconociendo que sus pantalones elásticos marca-paquete causaban furor, nunca le perdoné su escasez de cuello, que le sitúa en la categoría de Fernando Alonso. Yo era más de Slash, a pesar de que no se le viera la cara. O quizá precisamente por ello. Gracias a Izzy Stradlin empecé a llamarme Izzy, aunque mis amigos jevis prefirieran llamarme 'Isilla' ;-)