Las cosas te llegan cuando te llegan. Tanto si hablamos de arte como de personas, a veces ocurre que quien/lo que en un momento dado te pareció extraordinario pierde todo interés después de un tiempo. (Supongo que sólo lo realmente excepcional conserva su encanto con el paso de los años).
Otras veces sucede al contrario. Te enamoras de pelis, de libros, de grupos que antes no te decían absolutamente nada -porque no llegaron en el momento oportuno, porque no estabas preparada para apreciarlos o simplemente porque los gustos cambian, y con los años somos menos radicales en cuanto a preferencias se refiere-. De pronto ocurre, se obra el milagro, ese instante único de deslumbramiento, y te preguntas cómo puedes haber vivido todo ese tiempo sin conocer tal o cual cosa.
El caso es que, en los 90, la explosión del grunge y el brit pop a mí me pilló en otra cosa. Por entonces no sonaba en mi equipo de alta fidelidad nada que no fuera rock en español, garage, música 50s-60s y bandas revivalistas mods. Lo demás no sólo no me interesaba nada, sino que era militantemente hostil hacia las tendencias del momento. Mi bestia negra eran (y lo siguen siendo) Oasis; ¡la de discusiones que habré tenido a cuenta de los bocazas de los Gallagher! Pero ésa es otra historia y no viene al caso. A día de hoy, aun reconociendo que de ambas escenas surgieron grandes bandas, sigo sin ser fan de ninguna de ellas, ni siquiera de
Nirvana. Sólo hay una excepción:
Pulp.
Recuerdo que un amigo me prestó el CD de
‘His 'n' Hers’. Tras un par de escuchas poco entusiastas, me limité a grabarlo en una casete, como era de rigor entonces, y no le di más oportunidades. Y mira que en ese disco hay temazos bárbaros que ahora escucho por lo menos una vez a la semana (
Do you remember the first time? o
Babies, por ejemplo). En fin, no era mi momento. Tendrían que pasar varios años para que descubriera (escuchara) de verdad a Jarvis Cocker y sus chicos.
‘Different Class’ (Island Records, 1995) cayó en mis manos casi por casualidad, curioseando en las estanterías de la difunta Madrid Rock de Gran Vía. Lo escuché con la atención que merecía y leí cuidadosamente las letras, primero siguiendo las instrucciones del librito interior (“Please do not read the lyrics whilst listening to the recordings”) y luego saltándomelas a la torera. Y bueno… pues flipé. Si es la música lo que primero suele seducirnos de las canciones, y es por eso que podemos enamorarnos de ellas aunque estén escritas en un idioma que no comprendemos, en el caso de Pulp a mí me noquearon las letras. Esas pequeñas y turbadoras historias de perversión, de amor no correspondido (o sí), de tipos que espían a chicas mientras se desnudan en su cuarto, de snobs que quieren codearse con la gente corriente… Súmale un espectacular sentido de la imagen y el carisma de la banda (en especial de un
frontman con semejante talento). No hay quien se resista.
Disco 2000 fue uno de los más celebrados singles de ese álbum. No todas las canciones de Pulp podrían servir para este blog, por lo inquietante de sus atmósferas (así ocurre con la prodigiosa
This is Hardcore). De hecho, aunque
Disco 2000 es un llenapistas infalible, la letra no es exactamente de buen rollo. Es una historia algo amarga sobre el eterno amigo de la chica cool del instituto, enamorado de ella desde chiquilín sin conseguir nunca ser más que el chico inofensivo que la acompaña a casa de vez en cuando. En fin, quién no se ha sentido así alguna vez (en el caso del chaval, digo). Sea por lo que sea, es una de mis canciones preferidas de los de Sheffield y me despierta el impulso incontrolable de bailar y corearla a grito pelado la escuche donde la escuche. Os recomiendo que, si no la conocéis,
leáis la letra con atención. Es una pequeña obra maestra, como también lo es el increíble videoclip dirigido por
Pedro Romhanyi. “What are you doing Sunday baby?”…