DIEZ AÑOS DE CBR

jueves, 17 de noviembre de 2016

Kakkmaddafakka en Madrid: la exultante juventud


El martes estuvimos de concierto. Fue una experiencia musico-sociológica interesante. Nos habían citado a las 20:30h en la Sala But, Ocho y Medio, antiguo Pachá o como quiera que se llame la sala que está en la plaza de Tribunal de momento y hasta que venga un patrocinador a cambiarle el nombre. Un aviso en el Google Calendar -que había programado por nosotras la app de ticketea- nos avisó una hora antes de que tenía conciertillo con los noruegos... Todo muy moderno y actual hasta que llegamos a la puerta del garito y nos encontramos con una cojocola que hacía loopings sin sentido, con varios finales y bifurcaciones. ¡Hay cosas que nunca cambian por mucho que nos adentremos en el siglo XXI! Nos pusimos en el extremo correcto, porque entramos a la sala mucho antes que algunos que llevaban un buen rato haciendo botellón de pie y en fila india.

Una vez dentro, comprobamos que la media de edad estaba en la veintena y decidimos ir a la barra para consolarnos con cerveza por doblar en años y experiencia al resto de los asistentes. No pudo ser. Solo tenían Budweisser (la gira de los nórdicos está patrocinada por la marca yanki). Nos aproximamos al escenario con nuestros tercios de brebaje de cebada y en seguida subieron al escenario unos chavales que empezaron a tocar. Miramos nuestros relojes incrédulas. Las 20:35h. Tanta puntualidad era insólita... ¡aún faltaba por entrar más de la mitad de la chavalería! Escrutamos los caretos del grupete que arrojaba rock indie sobre nosotros y concluimos que no tenían cara de haber veraneado en los Fiordos.  El caso es que molan, y suenan muy bien con su rollito Arctic Monkeys, pero hasta el final no descubrimos como se llaman. "Nosotros somos Conttra", gritan antes de pirarse.


Vamos a por la segunda birra, en espera de que aparezcan los Kakkmaddafakka, que se hacen de rogar, ante la muchedumbre de adolescentes y veinteañeros ansiosos con un muy poco pertinente y hooliganero himno de la Champions League. No nos gusta el fútbol, no hemos cenado y la espera se nos está haciendo eterna, pero por fin -nada más pasar las 22h- la sala se inunda de los primeros acordes de 'Touching', otro himno, este sí coreado por todos los congregados en el subsótano de Barceló, 11.

Estamos aún cerca de la barra y demasiado lejos del escenario. La pista está hasta las trancas de congéneres rebosantes de hormonas, ellos y ellas -sobre todo ellas- que se desgañitan superando los agudos de los hermanitos Axel y Pål Vindenes. Saltan, crepitan y codean sin remordimientos mientras suenan 'Galapagos' y 'Someone New' uu- uu-uu uuuuuh. Puede que nos falte espirítu grupi adolescente, pero nos sobra pericia sobre el terreno, así que mientras tocan 'Young You', para gran alborozo de las féminas adolescentes, con mucha educación y respeto (e ignorando las lindezas que nos dedicaron algunas al pasar), serpenteamos hasta un par de filas más allá del escenario. Por fin podemos ver de cerca los rostros relucientes y barbilampiños de los pequeños Vindenes, en contraste con la barba del bajista Stian Sævig.


Hay que reconocer que el sonido es impecable, el público está integrado y se sabe a la perfección las canciones del último disco (KMF) que van desgranando mezclándolos con sus grandes hits. Los Kakkamadafakka conocen bien la liturgia concertil. De vez en cuando exhortan a los fanses con frases en español, se agachan para cantar en círculo como en una hermandad, ondean banderas y, hasta en un momento dado, Axel se desprende de su camiseta mostrando un torso desnudo en el que (oh sorpresa) tampoco hay ni un atisbo de vello.

'Forever Alone' es un punto álgido poco antes de los bises. Con 'Is she' (old enough for me) suspiramos con sorna que nosotras claramente lo somos. Pese a su lozanía, los noruegos no aguantaron en el escenario más que hora y media escasita. No podemos decir que nos decepcionara -honestamente, a esas horas ya moríamos por zampar y beber una cerveza real-, pero pensando en que maduritos del rock como Springsteen, The Cure o Leonard Cohen (snif) dan conciertos de tres y hasta cuatro horas, nos parecieron unos flojos.

Bailamos, sudamos y nos defendimos como pudimos del frenético pogo propiciado por el gentío juvenil poco antes del final, cuando un par de cuerpos fueron elevados por la masa al más puro estilo rockero tradicional. Escapamos justo a tiempo de salir ilesas de nuestra inmersión adolescente. Una velada divertida y rejuvenecedora, aunque sospechamos que su recuerdo perdurará menos que lo que le dura a la chavalada del público un chupito de Jagger.

6 comentarios:

  1. Con permiso , spoiler .
    Creo que hoy se estrena el disco de Metallica , discazo .

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    1. ¿Qué opinas de la versión de 'Enter Sandman' con instrumentos de juguete? ;-)

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  2. Jajaja, muy divertida la crónica!, rebosa la esencia del directo; aunque su recuerdo os dure poco, los músicos en carne y hueso y las gargantas vecinales, siempre tienen una energía que te permite disfrutar hasta de... uf, difícil salir de este fregado... ¿Melendi? :P

    PD: "cerveza real" XD

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    1. Tienes razón, Robert B. Un concierto en directo siempre es especial, y como mínimo siempre es una experiencia que merece la pena :-)
      Lo pasamos bien... a pesar de la ausencia de cerveza real ;-)

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    2. Lo de Meliendres no lo acabo de ver, ¿eh? Pero tienes razón, los conciertos son tan energéticos que a veces hasta disfrutas de los de músicos que, a priori, no te interesan demasiado. Music Power!

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